viernes, 2 de marzo de 2012

La verdadera historia del Cristianismo: Parte 1: Orígenes

Capítulo 1

La vida en Belén nunca ha sido algo ajetreado, más bien todos los allí residentes se quejan de que no hay nada más que hacer que ordeñar vacas, cazar patos, pescar y todo lo que alguna vez se haya visto representado por alguna figurita del pesebre. Hasta morir es aburrido en Belén, de todas las muertes que allí se han registrado, la más emocionante fue la un señor que se cayó por el pozo del pueblo y tras varios días murió (A decir verdad podrían haberlo salvado, pero decidieron, en un pleno del ayuntamiento dejarlo allí porque todo pueblo que se precie tiene terroríficas historias alrededor de sus pozos y Belén aun no). Quiso el retorcido sentido del humor del destino, que un día toda esa paz se fuese y Belén se convirtiese en el pueblo con más marcha de la Tierra.

El origen de esta historia se sitúa en el infierno, un lugar poco agradable, lleno de pantanos de lava incandescente, barbacoas de carne humana y criaturas disformes que, pese a su disformidad, su forma recuerda bastante a la de un coño. Por convenio entre fuerzas metafísicas estaba acordado que aquellas criaturas que no cumpliesen una serie de normas de convivencia durante su estancia en la Tierra serían allí enviadas como castigo y torturadas por toda la eternidad. De entre todas esas criaturas, destacaba una por su maldad. A su lado, hasta el más horrible de los coñoides monstruos no era más que una monjita de La Salle. Su lugar en el infierno no era si no el Trono del Averno. Conocido por unos como Belcebú, por otros como Satán, también como Leviatán, eran los más quienes ni siquiera osaban pronunciar su nombre.

El día llegó en que la avaricia de aquel demonio entre los demonios le llevó a pensar que un infierno no es suficiente, y que tal magnanimidad era merecedora de no menos que un universo, y así inició una incursión al mundo mortal, abriendo con su magia portales por los que las hordas infernales llegaron a la tierra. Poco a poco, la maldad se fue apoderando de todos los prados de Dios y aquellos que no caían acero en mano, eran corrompidos y se unieron a la causa del Señor Oscuro. En vista de aquello, Dios mandó cuanta ayuda le fue posible para ayudar a los hombres de bien a combatir esa amenaza. Por desgracia, la intervención divina no fue suficiente y cuando no quedaba de su lado la pequeña aldea de Belén, fue cuando optó por tomar medidas más drásticas.

Ni el duro azote del caos bastó para acabar con el estilo de vida apacible de Belén, pues era tal el poder divino empleado para proteger ese último reducto, que los demonios no podían penetrar en él. No obstante, alguien que ha gobernado el Universo durante tanto tiempo, es lo bastante sabio como para saber que dicha protección no aguantaría para siempre, así que su forma de vencer al infierno fue otra...

Capítulo 2

José era un hombre amado y respetado por todo el pueblo, incluso admirado, pues era de entre todos el más mañoso, años de experiencia en el sector de la carpintería le avalaban. Sus vecinos cada mañana iban a saludarle y a llevarle parte de sus cosechas, pescado, carnes o presentes en compensación por el mobiliario que él les había hecho, siempre ajustándose a todo tipo de hogar y presupuesto, el cual podían solicitar en cualquier momento sin compromiso. Con él, vivía María la Virgen, su mujer. Bella como ninguna y casta como la que más. Era por todos sabido que era tan puro el amor que entre ellos dos había, que jamás ninguno de los dos había sucumbido ante los placeres de la carne.

El bueno de José, presentando un programa de Bricomanía

María se dedicaba a recopilar conocimiento social, lo que viene siendo el marujeo. Salía cada mañana a la plaza a hablar con las amigas y observar al vecindario, nada escapaba a sus sentidos, aunque es tampoco es ningún mérito en el pueblo más aburrido del mundo. A la puesta de sol, volvía a casa con José. Repitiose esa rutina durante años y años hasta que un día salió, pero no volvió. En su lugar, una paloma blanca se posó sobre el alféizar de la ventana de la casa de José y, cuando este abrió la puerta, la paloma se metió dentro y, con un gesto casi humano, pareció querer acompañar a José en la añoranza de su amor extraviado.

Todo el pueblo se hizo partícipe de el dolor sufrido por José, pues a nadie escapaba su tristeza. ya no era el robusto hombre que a paso firme y orgulloso blandía su hacha talando arboles para luego hacer armarios. Ya solo era un triste y apocado ser que iba de bar en bar o, mejor dicho, de un bar al otro, pues en Belén solo había dos, el de por la mañana y el de por la tarde. Todo el pueblo quiso hacer algo por consolarle pero el cada vez estaba más hundido en su propia miseria hasta que, un día, en mitad de una literariamente conveniente tormenta la puerta de su casa se abrió, y una oscura silueta ermergió de entre la lluvia.

Capítulo 3

La misteriosa figura dio un paso al frente, revelando así su rostro, un rostro familiar. Al verlo, un sobresaltado José corrió hacia la puerta exclamando:

-"¡María! ¡Has vuelto! ¿déonde has estado todo este tiempo?

-"No te puedo decir donde he estado, ni yo lo se, solo recuerdo que era un lugar maravilloso" Respondió María, quien aún parecía conmocionada. Al decirlo, levanto su rostro y miró a José a los ojos y, tras un silencio que se prolongó durante unos segundos, le dijo José:

-"Pero dime, María, que te ha pasado, tu cara desprende una luz que jamás había visto"



Al oír esto, el rostro de José cambió su expresión a una a medio camino entre el enojo y el escepticismo. No pudo por más que preguntar:

"De buena esperanza... ¿preñada dices? ¿¡Pero Como!? Después de haber desaparecido durante más de dos meses, vienes aquí diciendo que has yacido con otro hombre esperando que te reciba como si nada hubiera pasado... ¡Pero tendrás poca vergüenza!"

-"No, José, puedo explicarlo... no ha habido ningún otro hombre, sigo siendo tan casta como la que desapareció hace dos meses. El bebé apareció solo, y ahora me hace feliz, quiero que lo criemos entre los dos como si fuese nuestro..."

La expresión de José pasó, si cabe, a ser más incrédula, reprimiendo con ello parte de su enfado

-"Pero vamos a ver, que cojones me estás contando María ¿De veras crees que me voy a tragar esa mierda? Que puedo ser de FP, pero no Gilipollas."

Pese a todo, algo hizo que acabase creyendo lo que María le contaba y decidió seguir adelante con el niño los casi siete meses que faltaron hasta que María dio a luz, un evento que nadie en el pueblo quiso perderse. Y allí estaban pues, todo el pueblo, ante una indigna María abierta de piernas y sin depilar, con un barreño de agua caliente debajo del culo y chillando cual gato al que le pisan la cola. Tras un buen rato del morboso espectáculo, una masa informe de extremidades y placenta salio de allí y solo tras un buen lavado a fondo, se dejo ver a una preciosa criatura a la que nadie pudo dejar de admirar. En ese momento, la paloma de José emprendió el vuelo hasta posarse entre el niño y las gentes del pueblo para acto seguido transformarse en una mujer alada.

La mujer, robo la atención de todo el pueblo, pues su cuerpo era de verdadero escándalo, sus violáceos cabellos mostraban matices nunca antes percibidos por el ojo de un mortal, sus ojos brillaban con luz propia y sus pechos que, para que nos vamos a engañar, es lo que todo el mundo querrá saber, desprendían auténtico deseo. Con una voz autoritaria y sensual a partes iguales, se dirijó al pueblo:

-"Este, amigos mios, es el hijo de Dios, enviado a la Tierra para que una vez el muro que nos separa de los demonios caiga, nos conduzca a la salvación. Cuidadle, educadle y tratarlo con amor, y él será quien os salve. Ignoradme, y condenar vuestra eternidad al abismo."

La figura del glorioso ángel que anunció la llegada del salvador
La muchedumbre empezó a gritar vítores ante el ángel y, pese a que la mayoría de ellos hacían referencia a cosas por las que esa noche muchos hombres durmieron en el sofá, el pueblo acepto a aquel niño como si fuese de todos. Una voz sobresalió por encima del resto:

-"¿Habrá que ponerle un nombre al crío, no?"

En ese momento, el pequeñín estornudó.